Se cumplen 20 años del deceso de un deportista singular, masivo y popular en un deporte con pocos seguidores. Fue campeón mundial en 1970, medalla de bronce en los Juegos Olímpicos México, 1968, y medalla de Plata en Munich, cuatro años más tarde.

A 20 años de la desaparición física del bonaerense Alberto Demiddi, aún perdura la estela imborrable que dejó en cualquier cancha del mundo, en su especialidad, el par de remos cortos, y la gran cosecha de medallas de oro y bronce que obtuvo en regatas sudamericanas, europeas y olímpicas.

Su enorme trayectoria lo llevó a declamar que era «el mejor» y que no era «humilde», porque es difícil serlo «cuando uno se propone ser el mejor del mundo».

Así era Alberto Demiddi, frontal, directo y sin dobleces, y hasta llegó a confesar que le «molestaba mucho perder», que «no disfrutaba de sus triunfos», y quienes lo conocían bien sabían que su fuerza «vital» fue no «entregarse nunca» e ir siempre «por más».

Por eso se entrenaba los siete días de la semana y se cuidaba en su alimentación, en fortalecer sus brazos y piernas, elementales para remar.

No fue «amable» ni «simpático» con los «desconocidos» como él mismo lo confesara, el hombre que apodaron «La Máquina», un mote poco original pero preciso, porque era «un mecanismo perfecto» que no fallaba, y su ritmo de «paladas» era «preciso e invariable», destacó un experimentado entrenador que lo vio nacer en el Club Regatas de Rosario, en el «sencillo scull».

Alberto Demiddi nació el 11 de abril de 1944, en San Fernando, y comenzó su carrera en el club homónimo de la ciudad considerada como Capital de la Náutica. Además, allí su padre fue nadador de aguas abiertas, algo que en los albores de su adolescencia practicó el propio remero.

Una vez afincado en Rosario, ya en plena juventud eligió el remo, y su primer maestro y entrenador fue Napoleón Silverio, en el Club Regatas de Rosario, y como todo principiante o «novato» ocupó un bote colectivo. Pero duró poco: consideró en esos tiempos que los «deportes colectivos» no eran lo suyo, y se volcó al single scull; ya medía 1.83 y pesaba 80 kilos.

Trabajó como empleado en el Banco de Comercio de Rosario y como supervisor de una marca de gaseosas, aunque se las ingeniaba para viajar al exterior, y fue en otras tierras donde consiguió sus grandes logros.

Una de sus regatas memorables fue en 1970, en el Mundial Senior de Canadá. Antes de la carrera su bote se deterioró y dos días antes de la competencia llegó el de repuesto, más pesado; sólo pudo entrenar dos días, tuvo que correr los 2.000 metros con 40 grados de temperatura y sus rivales eran los mejores del mundo en esa especialidad.

El ruso Malishev iba en punta pero se fue agotando, y Demiddi no aflojó su ritmo y triunfó con holgura, el 6 de septiembre en Saint Catherine, y la llegada a Ezeiza fue apoteótica, inusual para un deporte como el remo, pero Demiddi conmovió a propios y extraños, y lo primero que hizo fue abrazar a su madre.

«¿En qué piensa cuando rema?», le preguntaron al «patilludo» Demiddi, y el «grandote» de gesto adusto respondió: «Pienso en mi madre, porque ella está siempre conmigo en el bote», y tuvo tiempo para recordar la medalla de plataque obtuvo en los juegos olímpicos del 72, y que le ganó el ruso Malishev, una regata que hasta transmitió José María Muñoz.

«Perdí por medio bote con Malishev, pero él estaba mejor físicamente y me superó sin atenuantes», reconoció Demiddi, y crudamente llegó a decir que esa derrota lo quemó «por dentro» y que le destrozó el «corazón» y que si al menos hubiese tenido una «excusa no hubiese tenido esta horrible depresión»

El enorme Demiddi recordó que cuando terminó la regata se le acercó el aleman Gueldenpfenning para saludarlo y le dijo: «‘Tú debiste haber ganado’, y me dieron ganas de largarme a llorar».

Quizás la anécdota que pinta de cuerpo entero a Demiddi se dio al otro día que regresó de Canadá, en la Casa Rosada, cuando fue recibido por el expresidente de facto Roberto Marcelo Levingston, quien le retó y le clavó el puñal: «Usted tiene las patillas demasiado largas en tiempos que las preocupaciones capilares abundan».

Demiddi recibió la estocada, pero no se amilanó ni se apichonó, y con cara de pocos amigos y el ceño fruncido le dijo al dictador: «Mire que San Martín también las tenía, eh», y dejó a Levingston descolocado ante la corte de acólitos que lo rodeaban.

Demiddi abandonó el remo en 1974 para destacarse como entrenador del Club Regata de La Marina en la ciudad de Tigre, y su hijo Alejandro continuó sus pasos para enseñar en el Real Club Náutico de Tarragona, España.

La vida de Alberto Demiddi se apagó el 25 de octubre del 2000, víctima de una enfermedad terminal, pero quienes vieron remar a «La Máquina» jamás olvidarán sus brazos moverse como las aspas de una hélice marina rumbo a la gloria.

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