BOXEO

El exboxeador murió luego de haber permanecido internado durante diez días en la ciudad cordobesa de San Francisco. (Foto- Roldán en una de sus visitas a Formosa fue declarado visitante ilustre por el Concejo Deliberante capitalino).

Juan Domingo «Martillo» Roldán no pudo ganarle la batalla al coronavirus y con él se fue este miércoles un noqueador que marcó una época, el último con jerarquía internacional en el boxeo argentino.

Tras una semana de internación en el hospital José Bernardo Iturraspe de San Francisco, Córdoba, el que fue campeón argentino, sudamericano y tres veces retador al título mundial mediano falleció a los 63 años por una neumonía que se originó al contagiarse el virus de Covid-19.

Nacido en la localidad de Freyre, 30 kilómetros al norte de San Francisco, el hijo de un pequeño tambero de la zona rural de Freyre se calzó los guantes por primera vez a los 11 años, lejos entonces de soñar que iba a estelarizar grandes carteleras en Las Vegas, la Meca del boxeo mundial.

Por esos años el boxeo era tan solo un entretenimiento que alternaba con sus tareas cotidianas en el tambo, un divertimiento que lo llevó por ejemplo a «pelear» con un oso con guantes a los 14 años, un mini show doméstico que terminó «en empate» según recordaría risueñamente ya en épocas de pugilista rentado.

Poseedor de una gran fuerza producto de las duras tareas que realizaba cotidianamente, como por ejemplo llevar «tachos con 50 litros de leche en cada mano» y «levantar bolsas» como él narraba al recordar sus orígenes, progresó rápidamente en el boxeo formativo y cerró su larga campaña como aficionado con un excelente registro de 82 victorias, cuatro empates y cuatro derrotas.

En esa época tuvo la fortuna de contar con las enseñanzas de un maestro como Amílcar Brusa en Santa Fe y, ya como profesional, la varita mágica lo tocó para convertirse en el niño mimado del gran Tito Lectoure, su «segundo padre» como repetía orgullosamente.

Roldán edificó una formidable campaña como profesional que lo llevó a ser campeón argentino, sudamericano y tener tres chances mundialistas con la única receta del poder de sus puños. Y, además, llenar el vacío que había dejado pocos años antes el retiro del inolvidable Carlos Monzón.

Así llegó su primera gran noche a nivel internacional y su primera gran bolsa: 180.000 dólares, una fortuna para la época. Fue el 10 de noviembre de 1983 en el Caesars Palace de Las Vegas, cuando noqueó en cinco rounds al norteamericano Frank Fletcher, quien tardó casi cinco minutos en reponerse.

Esa espectacular victoria lo puso a las puertas del título mundial ante un formidable e indiscutido campeón como Marvin Hagler, combate que se concretó poco después: el 30 de marzo de 1984 en el Riviera Hotel and Casino de la «ciudad del pecado».

La potencia de «Martillo» puso en el piso a Hagler en el primer round, aunque el árbitro Tony Pérez no otorgara la caída, en una pelea que terminó perdiendo por nocaut técnico en el décimo asalto, cuando no veía nada del ojo derecho por una lesión que le provocó el pulgar del rapado boxeador estadounidense, infracción clara que el tercer hombre arriba del ring omitió .

Esa noche fue el punto culminante de su carrera, aunque luego tendría dos chance más por el título mundial. Había demostrado estar a la altura del compromiso ante un gran campeón como Hagler en un momento en el que brillaban «monstruos» como Ray Sugar Leonard, Roberto «Mano de Piedra» Durán, Tommy Hearns y el propio Hagler.

Además, la bolsa de 300.000 dólares cobrada ante Hagler más la que había obtenido con Fletcher le permitieron comprar el campo en el que había trabajado de chico con su padre y sus hermanos, y asegurarse un buen pasar a la hora de colgar los guantes,

Su segunda chance mundialista chance fue el 29 de octubre de 1987 en el Hilton de Las Vegas ante Tommy Hearns, a quien tuvo al borde del nocaut pero no pudo rematar y terminó perdiendo por nocaut en el cuarto round ante un rival incuestionablemente superior, en un combate por el vacante título mediano CMB.

Ese fue el final real de su carrera aunque siguió un año más en actividad y tuvo una tercera chance por el título mundial FIB a los 33 años y contra un joven monarca de 25 como el moreno Michael Nunn, quien lo noqueó en ocho rounds el 4 de noviembre de 1988, en el Hilton de Las Vegas.

Fue la noche del adiós, la noche de cerrar una carrera como profesional con 67 victorias (45 por nocaut), cinco derrotas, dos empates y una sin decisión.

Cultor del perfil bajo, de aire bonachón de hombre de campo, a Roldán no le cabe el remanido latiguillo de «no nació para ser campeón mundial». No lo fue porque le tocó una de las mejores épocas de la historia del boxeo, un deporte que lleva más de 130 años tal como hoy lo conocemos.

Lo que no pudo hace 50 años un oso lo logró hoy un virus invisible y letal, que por sobre todas las cosas se llevó a un buen tipo, al noqueador que marcó una época en el boxeo argentino, al humilde hijo del tambero que nunca soñó con las luces de Las Vegas.

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